Hace 3 décadas el Paraguay iniciaba un periodo sin precedentes en nuestra historia, el más largo de apertura democrática y vigencia de los derechos fundamentales y libertades políticas.
Hoy es un día para la memoria, el homenaje y, sobre todo, para pensar en el futuro.
La memoria, porque recordar lo que significa una dictadura nos debe comprometer a defender siempre la vigencia de la democracia, y jamás permitir un retroceso. Que sepan aquellos que quieren reinstaurar modelos autoritarios que nos van a encontrar siempre firmes en nuestro compromiso con la libertad.
Homenaje a aquellos héroes de la democracia, a tantos compatriotas que lucharon e incluso dieron sus vidas para que hoy vivamos en una sociedad más libre y democrática. Olvidar la lucha de quienes hicieron del Paraguay un país mejor enfrentando a un tirano, es privar a las generaciones futuras de la inspiración de actos de heroísmo y generosidad que cimentaron el Paraguay del presente.
Tan importante como todo lo anterior es pensar en el futuro.
Sin desconocer los avances alcanzados en estos 30 años, es importante asumir los límites de nuestra incipiente democracia. Estas décadas de libertades han sido insuficientes para consolidar una sociedad justa, segura y equitativa, basada en el respeto irrestricto en el Estado de derecho. Los sucesivos gobiernos que hemos tenido han violentado sistemáticamente el orden institucional, o intentado hacerlo. La violencia en la política, ha costado persecución y vidas. Hace solo unos años, la fragilidad de nuestra democracia quedó más evidente que nunca, cuando en el afán de instaurar la reelección en abierta violación de la Constitución, las fuerzas de seguridad, por orden del Gobierno, reprimieron a manifestantes que defendían el orden constitucional, atacaron la sede del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y mataron al líder juvenil Rodrigo Quintana. En los últimos años, se ha agravado además la presencia del crimen organizado en las más altas esferas del poder. Con el presidente Cartes y sus negocios ilícitos hemos visto cuan cautivo está el Estado paraguayo de organizaciones criminales que amenazan la gobernabilidad misma del país.
Las debilidades del proceso democratizador se deben a la falta de una cultura democrática de muchos actores políticos relevantes. No se puede construir una democracia sin demócratas.
La ausencia de esa cultura es consecuencia en gran medida de que la transición iniciada el 3 de febrero de 1989 fue impuesta desde arriba, desde el poder, sin el amplio debate que requería la democratización del país. Los factores de poder se decantaron por una apertura limitada que les permitió conservar sus privilegios políticos y económicos.
En 30 años de democracia hemos avanzado, pero queda mucho por hacer.
Lo más importante es revalorizar el diálogo como el camino hacia la consolidación de la democracia. Un gran entendimiento nacional que nos permita alcanzar los consensos necesarios para construir políticas de Estado sobre los problemas que nos afectan como sociedad. En ese contexto, es necesaria una hoja de ruta para enfrentar la pobreza, la inseguridad, las inequidades sociales y consensuar un modelo de desarrollo basado en la educación y la generación de conocimientos en el marco de una sociedad de derechos, donde la salud, la vivienda y la atención de las necesidades de los sectores más carenciados sean una causa nacional. Estos ejes deben dar el contenido a un nuevo Contrato Social para el Paraguay. El PDP reafirma en el día de hoy su compromiso con la libertad y la igualdad, con la convicción de que más temprano que tarde, el Paraguay vivirá esa democracia plena que todas las personas merecemos.