En su libro “La democracia y
sus críticos”, Robert Dahl sostiene con sobrados argumentos que todos los
regímenes contemporáneos, o al menos gran parte de ellos, se definen como
democráticos, aunque muy pocos reúnen los elementos propios de una democracia.
Esto es en gran medida
porque mediáticamente la idea de un sistema que permite la mayor participación
popular es atractiva, pero también por la dificultad de definir su alcance y
limitaciones.
De hecho, este tipo de
Estado generó controversias desde su aparición hace 2.500 años. Platón fue uno
de sus primeros críticos, el sostenía que la idea era buena pero imposible de
llevarla a la práctica. Platón afirmaba
que el pueblo no era apto para autogobernarse, que una tarea tan delicada era
propia de gente sabia, de filósofos que debían ser formados desde la infancia
para gobernar la ciudad.
Cuando más de dos milenios después las revoluciones
liberales volvieron a impulsar los ideales de la libertad y los principios de
la democracia abrieron las puertas de la participación electoral a la mayor
parte de la población, nuevos críticos del gobierno del pueblo plantearon
argumentos similares: la inmadurez del pueblo y la necesidad de llamar a los
“tutores” de Platón para reemplazar a los elegidos por sufragio. En vez de filósofos, se recurrió a militares,
caudillos carismáticos, personas de poder económico, que en algunos casos se
rodearon de tecnócratas.
En pocas palabras, los
críticos de las democracias no inventaron nada nuevo en dos milenios y medio.
Descalificar el sistema
democrático significaba también atacar la legitimidad de sus elementos. Los partidos políticos, los parlamentos y los
sistemas electorales fueron desde el inicio cuestionados por diversos
motivos. Y en muchos casos con razón,
probablemente en la mayoría. Es cierto
que estas instituciones han tenido sus errores y que la corrupción ha sido y
sigue siendo una realidad en muchos países democráticos. Es cierto también que la democracia no ha
resuelto los problemas de la sociedad, que la pobreza y las inequidades
sociales siguen vigentes en mayor o menor medida.
Dicho esto, es más cierto
que tampoco los sistemas no democráticos han tenido éxito. El mito de las
dictaduras buenas ha caído en todos los casos.
Los sistemas autoritarios han hecho y siguen haciendo mucho mal a sus
países. Con sus imperfecciones y defectos,
la democracia implica participación. Y sí, la sociedad muchas veces se
equivoca, pero lo hace en forma colectiva.
Los aciertos y también los desaciertos tienen la legitimidad de un
proceso que implica que la opinión de muchos es tenida en cuenta en cada
decisión que se toma.
Nuestra sociedad está en
crisis por muchos motivos. La pobreza,
las inequidades sociales, la falta de respuestas a las necesidades más básicas
de la gente, y la corrupción socaban la confianza en las instituciones y en la
democracia misma.
La respuesta a esta crisis
sin fin, a una democracia de baja calidad, ha sido en estas décadas posteriores
a la caída de la dictadura buscar tutores o tecnócratas.
Así tuvimos un Presidente
militar, con un pasado controvertido; un empresario que basó su éxito y fortuna
en negocios con el Estado; otro empresario, vinculado con negocios con el
Estado y apoyado por un militar, con un pasado fuertemente cuestionado; un
político que venía del periodismo; un ex obispo; y de nuevo un empresario, con una
fortuna de origen dudoso.
Haciendo un repaso, en
general hemos sido gobernados por décadas por mal llamados “outsiders”. Y digo mal llamados
porque todos provenían de factores de poder no democráticos, ya sean militares
o económicos. Eran del sistema, y de su lado menos transparente.
En este contexto no es de
extrañar que los partidos políticos o el Congreso no hayan tenido el desarrollo
y los resultados necesarios. El tema es
que nuestros gobernantes, en la mayoría de los casos no han surgido de verdaderos
procesos de participación, sino más bien han llegado fuertemente apoyados por
el poder económico, la estructura del Estado y sus recursos. La prensa comercial en muchos casos ha puesto
lo suyo, el monitoreo de los medios nacionales demuestra una clara
preponderancia del Partido Colorado en las sucesivas elecciones en cuanto a
espacios publicitarios, sin contar las centenares de radios de todo el país que
pertenecen en un altísimo porcentaje a los políticos de la ANR.
No se puede hacer política sin
políticos, como no se puede jugar fútbol sin futbolistas. Que los partidos políticos funcionen
deficientemente y el Congreso no nos represente como pretendemos es una
realidad, pero no nos confundamos, no estamos viendo la enfermedad sino sus
síntomas.
Si queremos fortalecer la
democracia tenemos que consolidar sus pilares. Con partidos políticos débiles e
ineficientes y un Congreso sometido solo fortalecemos a los factores de poder
que carecen totalmente de legitimidad y control y desde las sombras defienden
intereses particulares, ajenos a los generales.
La democracia es un proceso
donde a medida que se consolida la participación de la gente se fortalece. La democracia funciona, lo demuestran, entre
otros, los países escandinavos que sin duda son los que tienen mejores índices
en integridad, participación, equidad y prosperidad, y cuentan con los sistemas
democráticos mejor valorados. Estas
democracias no se construyeron de la noche a la mañana, llevaron tiempo y
requirieron compromiso.
Es lo que necesitamos en
nuestro país, en un momento en que estamos llegando al extremo en que distintas
mafias están avanzando sobre el poder político, ante la indiferencia o
desinformación de gran parte de las élites de nuestro país, ¿complicidad,
conveniencia, o simplemente demasiado dinero en juego?
Lo cierto es que Paraguay
está en un cruce de caminos, y el debate democrático está ausente de las
amenazas que vivimos y que se acrecientan día a día.
La respuesta a esta crisis
es definir quién es el enemigo y enfrentarlo. No son los partidos ni el Congreso,
como ciertos factores de poder pretenden imponer para lograr más influencia y
menos control.
Por eso reformar y
fortalecer estas instituciones es fundamental.
Sin partidos que funcionen y un Congreso que nos represente, el país va
a seguir sometido a fuerzas que operan desde la oscuridad representando
intereses particulares, y en algunos casos y más grave aún, al crimen
organizado que día a día se fortalece en sus diferentes modalidades.
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